Revista digital de Artes escénicas -Año 12º-

Trágala, trágala de Íñigo Ramírez de Haro en el Teatro Español

Iracundo y sudoroso, aunque pulcramente uniformado, se levanta Fernando VII (Fernando Albizu) de su tumba destrozando las tablas del Teatro Español en “Trágala, trágala”. Irrumpe así en una paródica performance contemporánea y “gavacha” con la que arranca la función. Herido en su acto de resurrección y en su orgullo absolutista y crónico por la actual realidad política de España, Fernando VII necesita atención médica. Acude a la llamada un espectador y psicoanalista argentino (Luis Mottola) a quien le resulta muy fácil reírse de los disparates de este país, empezando por el absolutismo del monarca. Comienza así esta farsa musical, esculpida con, también absoluta, precisión por Juan Ramos Toro (YLLANA) y RON LALÁ, donde lo histórico y lo actual conviven la mar de bien, tanto que parecen venir las ideas de una misma fuente de sabiduría. Dos horas de función se ven amenizadas, especialmente, gracias a la conexión de una intrépida reportera dicharachera (Ana Cerdeiriña), capaz de viajar entre siglos. O quizás el tiempo es el mismo…

Según el polémico Íñigo Ramírez de Haro, autor del texto, España no es una tragedia, es un sainete. Además de ser una palabra castellana con un sufijo gracioso, sainete deriva de saín. Y saín, según la RAE, es “grasa que con el uso suele mostrarse en los paños, sombreros y otras cosas”. Otras cosas como, por ejemplo, la Constitución. No por casualidad, Ramírez de Haro nos traslada al tiempo en que se gestó y parió ese libro gordo que, supuestamente, protege y preserva la libertad del pueblo y, como en este montaje, ha sido lanzado al suelo polvoriento del sótano ideológico español en repetidas ocasiones. No se le escapa al autor, faltaría más, la ironía histórica y aparece en todo su esplendor Pepa La Malagueña (Paula Iwasaki), una salerosa prostituta andaluza cuyos vientos bebía el monarca que calzó su trono con el homónimo, aunque gaditano, documento.

Más de una década después del escándalo que removió con “Me cago en Dios” desde el escenario del Teatro Bellas Artes de Madrid, el célebre cuñado de Esperanza Aguirre hace ruido de nuevo, esta vez en el antiguo Teatro del Príncipe, por sus dardos envenenados, por no dejar títere con cabeza, por disparar a matar, por ladrador y por mordedor, con el mazo dando en oídos necios, porque para oídos sordos, los de Goya. Y hasta eso cuestiona el XX Marqués de Cazaza que, ríase la gente, siempre anda caliente.

Quique Rojas

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