Revista digital de Artes escénicas -Año 12º-

Una novelita lumpen en el Teatro Pavón Kamikaze

Debería dejar de ir a los teatros grandes, esos en los que hay montajes pomposos que no atraviesan la línea invisible de proscenio para lanzar un dardo a la inteligencia y emoción del público. Debería quedarme a dormir, bajo cartones, en las puertas de los espacios pequeños, esperando la hora de la función. No me cansaré de decir que cada vez encuentro más perlas negras en las salas de pequeño escenario y aforo, ahí, el público a un palmo de los interpretes, oliendo su sudor, escuchando el latido de su corazón…aparece más a menudo la magia y la anagnórisis. Una novelita lumpen se pasa en una exhalación, no da tiempo casi a respirar entre escena y escena. Llevo mucho tiempo viendo evolucionar el trabajo de Rakel Camacho y en esta pieza, creo, ha alcanzando la cota más alta en su búsqueda por un teatro para hoy. Esta obra no es para cualquier paladar y menos si lo que quiere es ir al teatro a entretenerse y salir de él sin que haya cambiado nada en el disco duro de su cerebro. Esta pieza precisa de un público valiente, que esté dispuesto a subir a la montaña rusa que se despliega en el escenario. Esta obra no conseguirá los premios del año, este país es así de torpe, ciego y envidioso, pero tiene todos los ingredientes para que la disfrutase muchas gente y descubriera que el teatro no es algo museístico ni aburrido. Ahí está el punk y también está Grecia, porque el teatro ha de atravesar el tiempo. Hay cuatro actores brutales pero la actriz es, sencillamente, sobrenatural, ojalá que no se despiste y tengo oportunidad de desarrollar y mostrar su talento. Como me gustaría ver esta obra en un gran teatro y al público atrapado por lo que ahí se cuenta en fondo y forma.
Adolfo Simón

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