Revista digital de Artes escénicas -Año 12º-

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Lohengrin en el Teatro Real

Escrita en plena agitación revolucionaria, Lohengrin supone la primera unión perfecta entre poesía y música según los ideales estéticos del Romanticismo que el propio Wagner contribuyó a crear: la ópera es eclipsada por el drama musical. Aquí dos visiones de la realidad se enfrentan: la de Ortrud y su mundo de magia negra, frente a la luz, portadora de salvífica transformación, de Lohengrin, el caballero del Grial. Entre estos dos símbolos, se mueve la brutal sociedad de caballeros medievales, que vive sobre todo de la guerra. La joven Elsa es la única que busca la belleza y la luz de Lohengrin, pero su amor sucumbirá porque se empeña en comprenderlo. Ello lleva a preguntarse si el mundo masculino puede exigir una entrega absoluta sin indagación, razón por la que también Lohengrin fracasa. Así, solo el niño, con su inocencia, pueda tal vez vencer a la maldad. Aunque el montaje tiene un aire clásico por la opulencia del mismo, hay signos en la escenografía que recuerda a la obra de Oteiza y al vestuario que muestra los diferentes niveles de estatus en los personajes o la luz, que por momentos tiene un carácter divino en este espacio catedral-tumba donde transcurre la historia de amor puro que trata de abrirse paso entre las traiciones de la parte oscura que siempre habita en los seres humanos; con todos estos elementos se consigue contemporaneidad. De este modo, una fábula mítica se transforma en lo que desgraciadamente pasa a diario en nuestro mundo, el pulso entre el bien y el mal. La puesta en escena ha sido una creación de Lukas Hemleb y ejecutó magníficamente la dirección musical: Hartmut Haenchen.
Adolfo Simón

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Boris Godunov de Modest Musorgski en el Teatro Real de Madrid

Boris Godunov de Modest Musorgski en el Teatro Real de Madrid

Cuando vemos un documental sobre el desastre nuclear de Chernobyl y nos asomamos a esos edificios abandonados, donde la vida se interrumpió, es inevitable pensar que por allí pasó la mano del hombre  y arrasó con todo. La historia de la humanidad es un bucle constante, parece que todo tiene que llegar a un punto para volver a empezar. El problema es que el ser humano no ha aprendido la lección y de nada le sirve la memoria, el horror vuelve a instalarse de nuevo tras los abusos del poder y aunque el pueblo retome las riendas terminará dándoselas de nuevo al tirano de turno. Boris Gudonov es la historia de un personaje del pasado pero también podría ser la de muchos que gobiernan hoy y el planteamiento de la puesta en escena deja muy claro esto, todo en la vida son ciclos y casi siempre nos terminamos encontrando con los mismos perros con distintos collares. Cuando sube el telón, ante nosotros se levanta un monumental edificio en ruinas, podría ser un ministerio, un edificio de viviendas o un hospital…lo que importa es que allí se aloja el pueblo que vive en la más absoluta miseria…Ese lugar se verá camuflado para ser trono de coronación, espacio de reflexión o salón donde urdir traiciones, pero debajo de los adornos o el oropel, el lugar sigue siendo el mismo…un mundo en ruinas sobre el que se construye y ya se sabe que si se edifica sobre muertos, estos se instalan en nuestras pesadillas. Al final de las cuatro horas de magnífico espectáculo, uno sale del teatro pensando y con el corazón encogido por la emoción…La grandiosidad de este montaje no tapa el discurso que contiene y es de agradecer. Al trabajo artístico de los distintos colaboradores del director de escena Johan Simons, hay que sumar la batuta sensible y firme del director musical Hartmut Haenchen y por supuesto, un elenco de actores-cantantes encabezados por Günther Groissbôck en el rol de Godunov que se entregan a esta propuesta con pasión y excelencia técnica; el coro de adultos y niños está también soberbio.

Adolfo Simón