En la intimidad de la creación de La Bodas de Figaro
En otro tiempo, los grandes creadores tenían lo que se denominaba “escuela” que era la posibilidad de que los jóvenes pudieran acceder al espacio de trabajo para seguir el día a día de la construcción de una obra artística, desde que se ideaba hasta que se llegaba al resultado final. Hoy en día, la escuela es otra cosa, es un espacio donde se recibe información pero no se asiste al misterio de la inspiración, de la pelea con la materia, del boceto o el tallado en el que ir dando forma a los sueños y a los fantasmas. En las escuelas hay demasiada teoría y poca práctica y sobre todo, hay poca posibilidad de apreciar en la distancia corta la manera en que un maestro va dando forma a la obra que hay en su cabeza. Durante casi un mes he tenido la suerte de poder acudir día a día a ese espacio privado e íntimo que es la sala de ensayos, donde el director de escena, con la complicidad y generosidad del resto del equipo, va generando trazos y líneas sobre el lienzo del espacio, un lugar que empieza cargado de elementos de atrezo que van generando lo que finalmente será la ficción de la realidad. Durante varias semanas he visto como el maestro Emilio Sagi ha ido trasladando todo lo que ocurre en la ópera de Las bodas de Figaro en el espacio de la planta octava del Teatro Real, bajo la luz que se colaba por la claraboya. Pero también he podido disfrutar de cómo inventaba mil y una peripecias para que el papel cobrase vida a través del cuerpo y la voz de los intérpretes. Comprobar la complejidad de un obra de arte de estas dimensiones es un privilegio, poder ver cómo se va acumulando capa a capa cada fracción poética exhalada desde el libreto y la música equivale a asistir a esa ceremonia privada donde la pasión por la escena genera belleza, ritmo y teatralidad. Y ver que todo transcurre con tanta facilidad es sorprendente. El paso de la sala de ensayos al teatro no hizo más que continuar acumulando líneas, sombras y colores al boceto que se había realizado en el anterior espacio de trabajo. Un engranaje fascinante donde cada cual asume su responsabilidad y rol con respeto y compromiso, así se puede llegar a la semana anterior al estreno y poder mostrar previas, de otro modo no sería posible. Todos, desde los que mueven los hilos de la escena desde dentro o fuera a los que ocupan el escenario para hacer realidad la ficción, tienen su parte esencial para que esto ocurra, hacerles sentirse a todos importantes es algo que provoca un resultado de gran calado, gracias al respeto y al trabajo.

Todavía tengo en mi memoria aquella primera tarde en la que parecía que se habían reunido allí un grupo de jóvenes entusiastas de la ópera y como cierre de ese hermoso viaje de aprendizaje, la última imagen, aquella en la que el telón se levantaba para mostrar que la vida está siempre a un paso de la irrealidad y que esa leve frontera es la que hay que atrapar en las obras de arte.
Adolfo Simón






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