Revista digital de Artes escénicas -Año 12º-

«La Ola», creada por Marc Montserrat Drukker e Ignacio García May a partir del experimento real de Ron Jones, en el CDN

California, en los años sesenta. La guerra del Vietnam, la música rock y las marchas antirracistas del doctor Luther King están en todas las conversaciones. Ron Jones, joven y carismático profesor de un instituto, intenta enseñar a sus alumnos de historia cómo pudo forjarse la sociedad que dio pie, en la Alemania de los años treinta y cuarenta, al nazismo y a los campos de concentración. Para ello pone en marcha un experimento: durante varias semanas los muchachos de la clase deberán seguir unas reglas estrictas que les permitirán experimentar, desde dentro, y en primera persona, lo fácil que es convertirse en parte de un aparato totalitario. Los chicos aceptan, primero a regañadientes, y luego con progresivo entusiasmo, hasta el punto de que el pequeño experimento amenaza con írsele a Jones de las manos… Esta es la descripción de dónde empieza y porque este experimento sociológico. No explica cómo termina y tampoco lo voy a hacer yo aquí aunque estén agotadas todas las localidades para las funciones que quedan por realizarse en el Teatro Valle Inclán de Madrid. La Ola tardó en funcionar por parte del público pero, el boca a boca, debió alarmar sobre un espectáculo que era de visión obligada. Porque hay funciones que son mucho más que una obra de teatro, son experiencias que se hacen para que la sociedad pueda reflexionar profundamente sobre cómo funcionamos individualmente y como lo hacemos en colectividad. Formamos o deformamos, creo que ese es el dilema real. No somos conscientes de lo importante que es una buena educación en valores, emocional y ética. La línea entre la tolerancia y la falta de ella es muy delgada y si se atraviesa, el riesgo es mucho. Creo que, aunque está situada en un tiempo concreto y en otro país, podemos entender que este peligro está siempre latente y que podemos acostarnos un día siendo un ser racional y levantarnos recuperando nuestro animal profundo. Este tipo de espectáculos debería estar eternamente en los teatros y ser de visión obligada por dirigentes, profesores y sociedad en general.
Adolfo Simónola

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