MIGUEL HERMOSO ARNAO: Creo que debemos aspirar a un espectáculo del que un espectador salga distinto a como entró, con más dudas y nuevas inquietudes en la cabeza.
¿Cómo fueron tus inicios en el teatro?…¿Realizaste otras facetas además de la actuación?…
Entré en la RESAD cuando todavía se hallaba ubicada en el Teatro Real. Recuerdo aquellos años como un despertar constante… El teatro se me manifestó como una oportunidad de “arte total”, no era lo que yo imaginaba cuando leía textos en mi adolescencia, iba mucho más lejos. Era capaz de reunir música, acción, narración y estética en un lugar sagrado, frente a unos espectadores -que yo por aquel entonces siempre imaginaba hastiados o aletargados- deseosos de emociones.
Yo ya había estudiado música en el Real Musical (solfeo, piano y guitarra) y excitado por la posibilidad de participar en la creación de un espectáculo total, me inscribí en una escuela de jazz y rock para aprender armonía y composición contemporánea. Llegué a formar un ruidoso grupo de Funk-Metal. Leer a Antonin Artaud y a Nietzsche me inspiró grandes ideas y quiméricas expectativas que lógicamente no pude o no supe poner en práctica pero que anduve bordeando en cada iniciativa en la que participé como creador y no como intérprete (que en realidad era el sustento de mi experiencia) Es obvio que la realidad de tener que trabajar para subsistir me acortó las alas, pero aún sueño (tal vez deliro) con un espectáculo en el que pudiera poner todos los elementos que me apasionan juntos.
¿Qué es el teatro para ti?…¿Por qué haces teatro?…
Antes era más talibán: “esto sí es teatro, esto no…”. Me he vuelto mucho más tolerante y pienso que es maravilloso que exista desde una comedia ligera que no te convulsione el alma pero que te acaricie el diafragma con terapéuticas risas hasta experiencias arrasadoras como el Medea de Pandur. Todo es teatro. Y el teatro es cualquier historia contada en vivo por actores frente a un público. Ahora mismo yo diría que lo hago porque ya no sé hacer otra cosa… pero también por esos momentos -caros y difíciles de conseguir, sí- en los que consigues sincronizar tu pulso emocional y tu voz con los espectadores. Eso es comparable al Rock and Roll.
¿Qué balance harías sobre tu trayectoria?…
Que es desigual, zigzagueante y que carece de toda coherencia. Lo que me propongo es, en cada nuevo trabajo, poner toda la experiencia acumulada en anteriores -tanto la buena como la mala- para aprender o descubrir algo nuevo. He aprendido mucho, por ejemplo, de trabajos televisivos muy mercenarios y a veces no tanto de iniciativas mías en las que me convertía en productor-actor-dramaturgo y me acababa estrellando contra mi falta de flexibilidad y dominio de los elementos.
¿Qué función crees que ha de tener el teatro para la sociedad de hoy?…
Creo, como te decía antes, que cabe todo lo que no sea aburrido. Yo mismo como espectador aprecio muchísimo un rato de pura diversión, aunque creo en el espectáculo Brechtiano, creo que debemos aspirar a un espectáculo del que un espectador salga distinto a como entró, con más dudas y nuevas inquietudes en la cabeza.
¿En qué proyectos has participado durante el último año?…Háblanos de ellos…
Escribí la adaptación de “El hijoputa del sombrero” de Stephen Adly Guirgis y actué en la misma producción. Fue una experiencia total, pero solventada con muchísimas dificultades: me ví en la necesidad de, como co-productor, pedir a los actores que trabajaran en cooperativa. El resultado artístico fue bastante consistente, pero económicamente todo el mundo estaba descontento. Tras esta agotadora experiencia me apunté al placentero ejercicio de mi puro oficio de actor interpretando el glorioso personaje de Quevedo en la serie de TV “Alatriste”, que ahí anda batiéndose a capa y espada en el fango de la programación actual. Después me esperaba Blanca Portillo con su tenorio…
¿Cómo surgió tu participación en el DON JUAN que se está representando en la Compañía Nacional de Teatro Clásico…?…Háblanos de este trabajo…
Blanca Portillo me habló del proyecto hace un par de años, cuando sustituí a José Luis García Pérez en “La Avería”. Ella quería enfrentar a dos hombres de un acentuado perfil masculino comprometidos con la causa de derribar un mito machista. Me apasionó la idea, tanto estética como ideológica. Eso sí, me exigió un estado de forma digno de un atleta… Y así aproveché para ponerme al día con mi más que abandonada salud. Ahora gracias a Blanca y gracias a Tenorio, me siento casi tan joven como recién salido de la escuela. De hecho el trabajo que hemos hecho me recordaba a aquellos años de ambiciosa creatividad y sacrificio físico y emocional. Don Juan ha sido como una segunda RESAD para mí, en gran parte gracias al contacto con una nueva y potente generación de actores de escuela cuya excelente preparación nos ha puesto en jaque a todos los veteranos de la compañía. Un antes y un después para mí.
¿Cómo creas tus personajes?…¿Tienes un método?…
Tengo el método de “todos los métodos”. Trato en primer lugar de amoldarme al espíritu de la producción en la que estoy participando: según eso me aproximo al personaje desde un ángulo más físico o más intelectual. Profundizar intelectualmente en la psicología no me ha dado muy buenos resultados, la verdad. Escuchar al antagonista con verdadero interés y esperar a tener una reacción lógica y emocional a lo que recibo sí me ha proporcionado muchas soluciones.
La experiencia me enseña que las decisiones tomadas de antemano son inútiles, y que es en el tránsito de los ensayos cuando uno debe ser permeable a sus compañeros y flexible con las exigencias, tanto las propias como las del director/a. Tengo la sensación de que sabiduría creativa pasa por vaciarte de prejuicios en cada nuevo espectáculo y dejar que tu instinto te guíe: el juez no debes ser tú mismo, eso te impide lanzarte al ruedo con plena honestidad. La norma de oro sería: hagas lo que hagas, hazlo de verdad. Esa es la única manera de pergeñar ese sólido y convincente engaño que es un personaje.
¿Cómo crees que están afectando los recortes y el aumento del I.V.A. a los proyectos de teatro?…
No soy capaz de decirte algo nuevo sobre esto. Es una guerra abierta del Partido Popular al mundo del espectáculo. Un castigo duro y silencioso a un gremio que para una parte de los españoles es prescindible. Debemos convencer, no ya a los políticos de derechas, sino a los ciudadanos que los votaron, que se equivocan despreciando la cultura. Pero hay que empeñarse en seducir a este electorado más que en combatir a sus representantes. Hagámoslo produciendo obras que maravillen y que muestren cómo una sociedad no podrá prosperar ni progresar nunca sin esa deriva humana por su propia imaginación y su subconsciente: el arte.
¿Qué montaje que hayas visto últimamente, te ha interesado?¿Por qué?…
“Camisas de fuerza”, un texto divertidísimo y ácido de Nacho del Valle dirigido por Manuel Gancedo. Dos personajes en una habitación de un psiquiátrico, con la puerta abierta, que no saben salir. Inspirador…
¿Proyectos?… Una gira maravillosa con el Tenorio por los teatros más bonitos de España: el Arriaga de Bilbao, el Principal de Alicante, el Jovellanos de Gijón… Delicioso.
¿Alguna sugerencia para seguir creando en tiempos de crisis?…
Leer mucho a Peter Brook. Y recordar que el teatro de verdad no requiere más que una inversión mínima de dinero y sí una máxima de talento dramatúrgico y honestidad actoral.
Y por supuesto nunca abandonar la autocrítica.










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