Revista digital de Artes escénicas -Año 12º-

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Ignacio Amestoy nos regala con sus sabias reflexiones sobre el teatro.

igna¿Qué es el teatro para ti?…
Lo que fue para los griegos. Un espacio dentro de nuestra contemporaneidad, en el que el ser humano, representado por un actor, vive una anagnórisis, el reconocimiento de un error, que es contemplado por otro ser humano, el espectador, que participa con su catarsis en el hecho escénico compartido.

¿Por qué escribes teatro?…
Para indagar, a través del teatro, en esa dialéctica entre esos dos polos del hecho escénico, reconocimiento de errores y conexión con el ciudadano, dentro de la contemporaneidad.

¿Qué balance haces de tu larga trayectoria como autor?…
A través de una treintena de obras he procurado indagar con honestidad en unas problemáticas de mi contemporaneidad: la mujer en la encrucijada actual, la violencia en mi País Vasco, la verdad de nuestra historia o la lucha por la felicidad del ser humano. Y ahí sigo.

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¿Cómo surge el proyecto de Dionisio Ridruejo?…
Salvador de Madariaga nos vino a decir que no podremos comprender nunca la trayectoria de hombres honestos como Ridruejo si no indagamos en lo que de verdad ha representado en España su Ejército. Procuré hacer esa indagación.

Háblanos de la obra…
En el ámbito de una residencia de descanso militar, un coronel que compartió la disparatada aventura nazi de la División Azul con Dionisio Ridruejo, vive la muerte de la persona a la que le hubiera gustado imitar en su enfrentamiento con Franco, y llegar a defender la democracia.

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¿Cómo fue el proceso de creación del texto?…
Me interesó enfrentar la vida de ese coronel con el tránsito de Dionisio Ridruejo del fascismo, de la Falange franquista, a la democracia, en su Unión Social Demócrata Española, la USDE. Con la presencia en escena de un joven capitán miembro de la Unión Militar Democrática, una UMD que no ha sido resarcida, si es que lo ha sido, hasta 2009.

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¿Hay algún referente técnico o artístico del que partiste para crear este texto?…
Muchos referentes, fue una de las primeras obras. Intento conjuntar el teatro ritual con el teatro documento. Hay en la obra una pieza oratoria inédita del periodo más fascista de Ridruejo, de 1940 en Valencia, y su discurso del 75, en el hotel Mindanao, antes de morir, en la presentación de la USDE, plenamente democrático. Al recordado Moisés Pérez Coterillo le interesó el intento de «biomecánica» que había en la pieza, de los militares jugando al baloncesto con precisión, o los meticulosos ensayos de cantos gregorianos.

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¿Pudiste seguir el proceso de puesta en escena?…
Hemos de partir del hecho de que esta obra se escribió al pairo del 23-F, hace más de treinta años. Fue editada por Juan Barja, en Akal, en 1983. Luego, por Juan Serraller, en Fundamentos, en 1996. El que Ernesto Caballero la haya programado es todo un compromiso. La producción por parte de Pérez de la Fuente y Rosario Calleja ha sido también todo un compromiso. La interpretación de Ernesto Arias y los demás actores es también todo un compromiso. A esta obra se la ha tenido mucho miedo. Juan Carlos Pérez de la Fuente, que ha hecho un montaje absolutamente fiel, por una parte, y vigorizador, por otra, me tuvo al tanto de sus propósitos. La elección de actores, fundamental, para la puesta en escena, fue compartida. En otras ocasiones, con Geroa, Gasteiz o Távora he estado a pie de obra para conformar los textos, por las problemática –vasca– de los textos. Aquí, Pérez de la Fuente no ha tocado el texto de hace treinta años, que sigue vigente. Incluso, más vigente. Juan Carlos ha sido el director lúcido para este montaje. Lo ritual y lo real, son tesituras que las domina bien, como se vio en montajes como «La fundación», de Buero, «San Juan», de Max Aub», «Cementerio de Automóviles» o su genial «Pelo de tormenta», de Nieva. En aquella etapa del CDN, que ha sido felizmente seguida por Ernesto Caballero en pro del teatro español.

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¿Qué te motiva o inspira para escribir teatro?…
La realidad. La contemporaneidad. Casi siempre, el buscar la verdad de los personajes, sean históricos o no, en esta España teñida por la mentira.

¿Opinas, como algunos autores, que no hay que publicar un texto hasta verlo estrenado?…
El texto es un pretexto para el hecho escénico. Una vez que lo escribes, que se publique. Y que los recreadores lo hagan en su contemporaneidad. La propiedad del texto es limitada. El autor no debe ser un censor de su obra. Tampoco, mucho menos, un auto-censor. Abunda la autocensura. Ajustándose a lo que se dice como políticamente, socialmente o económicamente «correcto».

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¿Qué función crees que ha de tener hoy el teatro para la sociedad en la que vivimos?…
De búsqueda de la verdad del ser humano. Y de las verdades de nuestro vivir.

¿Cómo ves la autoría teatral en nuestro país en estos momentos?
Abriéndose a esas verdades, sin miedos. Pongamos Alberto San Juan, como ejemplo.

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¿Qué obra de teatro has visto últimamente?¿Qué te pareció?…
He visto el montaje de «Dalí versus Picasso», de Arrabal, realizado también por Juan Carlos Pérez de la Fuente. La última obra de Arrabal en la que ahonda dramáticamente, desde su estética, en las complejas personalidades de Picasso y Dalí. Arrabal, un autor a reivindicar.

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¿Cómo crees que está afectando la subida del I.V.A. y los recortes al teatro?…
La subida del IVA es demoledora no sólo para el teatro sino para toda la cultura. Parece como si el Gobierno de Rajoy se propusiera hundir nuestra cultura. Entre cultura y poder ha de existir una dialéctica. Eliminando a la cultura sólo nos queda el poder. Hay miedo a la cultura. La cuestión es si este hecho es local o global.

¿Alguna sugerencia para seguir creando en tiempos de crisis?…
Seguir creando, sin miedos.

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¿Proyectos?…
El texto del filósofo Javier Gomá, «Aquiles en el gineceo» me inspiró una obra, «Aquiles tiene un problema», en la que se habla de la necesidad del compromiso del joven Aquiles, abandonando gineceos, y enfrentándose a su realización sin miedos, aunque esa decisión le cueste la vida. Y he vuelto a una obra que se llama «Sangre de reyes. La reina inglesa de Alfonso XIII», que sucede a la pieza «Violetas para un Borbón. La reina austriaca de Alfonso XII» –que ya estrené, no sin polémica–, en una tetralogía en la que también entrarían Don Juan y Juan Carlos.

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